REINA DE NORUEGA
«El barrio chino eran
cuatro manzanas de músicas metálicas que hacían temblar la tierra, pero también
tenían recodos domésticos que pasaban muy cerca de la caridad. Había burdeles
familiares cuyos patrones, con esposas e hijos, atendían a sus clientes
veteranos de acuerdo con las normas de la moral cristiana y la urbanidad de don
Manuel Antonio Carreño. Algunos servían de fiadores para que las aprendizas se acostaran
a crédito con clientes conocidos. Martina Alvarado, la más antigua, tenía una puerta
furtiva y tarifas humanitarias para clérigos arrepentidos. No había consumo
trucado, ni cuentas alegres, ni sorpresas venéreas. Las últimas madrazas francesas
de la primera guerra mundial, malucas y tristes, se sentaban desde el atardecer
en la puerta de sus casas bajo el estigma de los focos rojos, esperando una
tercera generación que todavía creyera en sus condones afrodisíacos. Había
casas con salones refrigerados para conciliábulos de conspiradores y refugios
para alcaldes fugitivos de sus esposas.
El Gato Negro,
con un patio de baile bajo una pérgola de astromelias, fue el paraíso de la
marina mercante desde que lo compró una guajira oxigenada que cantaba en inglés
y vendía por debajo de la mesa pomadas alucinógenas para señoras y señores. Una
noche histórica en sus anales, Álvaro Cepeda y Quique Scopell no soportaron el
racismo de una docena de marinos noruegos que hacían cola frente al cuarto de
la única negra, mientas dieciséis blancas roncaban sentadas en el patio, y los
desafiaron a trompadas. Los dos contra doce a puñetazo limpio los pusieron en
fuga, con la ayuda de las blancas que despertaron felices y los remataron a
silletazos. Al final, en un desagravio disparatado, coronaron a la negra en
pelotas como reina de Noruega.”
Gabriel
Garcia Márquez. Vivir para contarla. Mondadori.