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viernes, 14 de septiembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL BUENO, EL FEO Y EL MALO


            “Una vez finalizada nuestra conversación de una hora me puse en pie y me despedí. De pronto Stalin pareció incómodo y me dijo, con una cordialidad que todavía no había usado nunca conmigo: “Si se va al amanecer, ¿por qué no vamos a mi casa a beber algo?” Dije que en principio siempre estaba a favor de este tipo de políticas. De modo que me condujo por numerosos pasillos y salas hasta salir a una calzada tranquila, dentro del Kremlin, y al cabo de un par de centenares de metros llegamos al apartamento donde vivía. Me enseño sus habitaciones, que eran de tamaño mediano, sencillas y dignas, cuatro en total: un comedor, un estudio, un dormitorio y un cuarto de baño grande. Entonces aparecieron primero un ama de llaves muy anciana y después una hermosa niña pelirroja que besó a su padre, como correspondía. Él me miró con satisfacción y me pareció como si dijera: “¿Lo ve? Hasta los bolcheviques tenemos una familia”. La hija de Stalin comenzó a poner la mesa y poco después apareció el ama de llaves con algunos platos. Mientras tanto, Stalin se había puesto a descorchar varias botellas con las que empezó a organizar un buen despliegue. Entonces propuso: “y si invitamos a Mólotov? Le preocupa el comunicado. Podríamos resolverlo aquí. Y Mólotov tiene una ventaja: sabe beber”. Entonces me di cuenta de que habría una cena. Yo tenía previsto cenar en la Villa del Estado núm. 7 donde me esperaba el general Anders, el comandante polaco, de modo que le pedí a mi nuevo y excelente intérprete, el comandante Birse, que telefoneara para avisar que no regresaría hasta después de medianoche. En ese momento llegó Mólotov. Nos sentamos y, con los dos intérpretes, éramos cinco en total. El comandante Birse había vivido veinte años en Moscú y se entendió muy bien con el mariscal, con el que mantuvo durante un rato una animada conversación en la que no puede participar.
         Estuvimos sentados a esta mesa desde la 20.30 hasta las 2.30 de la madrugada, lo que, sumado a mi entrevista anterior, daba un total de más de siete horas. Evidentemente la cena se fue improvisando en el momento, pero poco a poco fue llegando más comida. Picoteamos, como suele ser habitual en Rusia, de una larga serie de exquisiteces, y degustamos una variedad de vinos excelentes. Molotov se mostró sumamente afable y Stalin, para aligerar la situación, se burlo de él sin piedad.
         Al final hablamos sobre los convoyes a Rusia, lo que provocó que hiciera un comentario desagradable y grosero sobre la casi total destrucción un convoy ártico en junio.
         “Pregunta el señor Stalin –dijo Pávlov, vacilante—si la Armada británica no tiene sentido de la gloria. “Le respondí: “Puede creerme que lo que se hizo estuvo bien hecho. Realmente sé mucho sobre la Armada y la guerra en el mar”. “Esto significa –dijo Stalin-- que yo no sé nada.” “Rusia es un animal terrestre –dije--; en cambio, los británicos son animales acuáticos.” Calló y recuperó su buen humor. Entonces cambié el tema de la conversación hacia Mólotov. “Sabía el mariscal que la última vez que su ministro de Asuntos Exteriores estuvo en Washington dijo que estaba decidido a hacer una visita a Nueva York por su cuenta, y que su regreso no se retrasó por ningún fallo del avión sino porque se había ido por ahí?”
         Aunque en una cena rusa se puede decir en broma casi cualquier cosa, este comentario hizo que Mólotov se pusiera bastante serio. En cambio, la cara de Stalin se encendió de júbilo al decir: “En realidad no fue a Nueva York sino a Chicago, donde viven los demás gángsteres”.



Winston S. Churchill. La Segunda Guerra Mundial. La Esfera de los Libros.