«Recuerdo ahora que fue en el mes de enero cuando conseguí mi primer empleo en Londres a los dieciocho años. Ganaba cinco libras a la semana y solía coger el tren desde donde vivíamos en Kent hasta una estación del centro financiero de Londres, llamada Cannon Street. Tan pronto como saltaba del tren, comenzaba un frenético galope, a través de calles concurridas y entre nieve medio derretida, para alcanzar la gran entrada del edificio de la compañía Shell y fichar a las nueve en punto. Se nos exigía absoluta puntualidad a todos los que teníamos contrato de prácticas. Si llegábamos tarde, informaban a los jefes. A la hora de comer solía ir a un bar para tomar un pastel de carne y una cerveza, y de vuelta a la oficina siempre, absolutamente siempre, me premiaba con una chocolatina de Cadbury’s Dairy Milk de dos peniques.»