«Las manos de los heridos que iban a morir inmediatamente arañaron la tierra quemada una vez más. Caras pétreas, las de los veteranos que creían haberlo visto todo, adquirieron unas expresiones aterradas, suplicantes y perdidas. No muy lejos, detrás de un montón de tuberías, un obús ruso hizo un impacto inesperado, exacto y letal. Once soldados alemanes perecieron juntos, apretados entre sí como niños sorprendidos por una lluvia de otoño y metal al atardecer. El acero ruso cayó en medio de su grupo tembloroso, uniendo sus sus vidas y muertes para siempre, en medio de la nada ucraniana, y de cañerías retorcidas de plomo viejo, en un gran charco de sangre y de restos humanos.»
Guy Sajer.