TUVE UN AMIGO EN MONTE ALTO
Su lamento, tristeza cincelada por locos centauros de lupanar, casi el rumor de una icónica batalla que tiene olor a rendición, proyecta sobre los débiles muros de mi memoria aullidos de suicidas, semillas de pesadumbre o imágenes delirantes de un lugar,
de un tiempo lacio,
de unas gentes parcas
y de una vida detonada por las fauces metalizadas del paso del tiempo y por la espuma ronca del caótico amanecer que no hace tanto llamábamos, confundidos por los salados salitres de las hormonas o por la culta estupidez, amistad…
Baldomero Dreira.