EL CRIADO DE LA MUERTE
Incapaz de conciliar el sueño, salí a dar un paseo. Anduve unas
cien yardas, pasando por delante de los burdeles en dirección al rompeolas, y
por el camino fui contando los individuos que dormían en la calle. Estaban
tumbados sobre la acera, uno al lado del otro. Algunos dormían sobre trozos de
cartón, pero la mayoría lo hacían sobre el cemento, sin ropa de cama y sólo con
algunas prendas de vestir, con los brazos cruzados debajo de la cabeza. Los
niños dormían unos sobre el costado, otros boca arriba. No se veían indicios de
que poseyeran bienes. Llegué a la cifran de setenta y tres y doblé la esquina,
donde, bajando por la carretera que llegaba hasta el rompeolas había otros
centenares de durmientes, sólo cuerpos, sin hatos ni carretillas, ni nada que
los distinguiera unos de otros, sin evidencia alguna de vida. A veces se cree
que estos durmientes de las calles de Bombay constituyen un fenómeno reciente,
pero Mark Twain ya los vio. El escritor se dirigía a una ceremonia de
esponsales que se celebraba a medianoche:
Parecía como si avanzásemos a
través de una ciudad de muertos. Apenas había ningún indicio de ida en aquellas
calles silenciosas y desiertas. Incluso las multitudes estaban silenciosas.
Pero por doquier, en el suelo, yacían nativos durmiendo, cientos de cientos.
Estaban tendidos todo lo largos que eran, envueltos en mantas, la cabeza y todo.
Su posición y su rigidez constituían un trasunto de la muerte.
Eso era en 1896. Hoy son más numerosos, y hay otra diferencia.
Los que yo vi no tenían mantas. El hambre es también el criado de la muerte.
Mark
Twain.
Paul
Theroux.
El
gran bazar del ferrocarril.
Plaza
& Janés.