EL SUEÑO DE RACHID
“Nacido de una familia judía, se convirtió al Islam y entró al
servicio de la corte de los kanes de Il. Gradualmente fue ocupando puestos
superiores hasta llegar a ser visir al mando de Uljetu, cargo que le valió un
poder enorme y una riqueza extraordinaria. Sólo en tierras, su imperio
particular se extendía desde los huertos y viñedos de Azerbaiján, atravesando
las plantaciones de palmeras datileras del sur de Irak, hasta las vegas y trigales
de Anatolia. Pero sus cartas no revelan que fuese un adulador ambicioso. Era,
por encima de todo, un intelectual, y es su afición por el estudio y no su
habilidad de estadista lo que deja traslucir más claramente su correspondencia.
Siendo como era un hombre tan poderoso, sorprende el tono erudito de sus cartas.
Escribe a un amigo desde la
India, emocionado por el descubrimiento de unas especias que
no se pueden encontrar en Persia. A otro le invita a visitar el jardín que
acaba de hacer en Fatehabad. Manda “aves, yogur y miel” a un monasterio y “elegantes
prendas de ropa y un caballo” a un intelectual que le ha dedicado un libro. Con
sus hijos adopta una actitud más severa. Escribe a uno de ellos lamentando que
el muchacho se dedique a la astrología (Rachid acababa de nombrarle gobernador
de Bagdad y consideraba que debía ser más estricto con su manera de pensar);
otro recibe un sermón para prevenirle contra “la pereza, el vino y la afición
excesiva a la música y a la disipación”.
Estas advertencia van mezcladas con pasajes en los que muestra gran
entusiasmo por sus proyectos de revivir el estudio en Persia. Para él, uno de
los aspectos más interesantes de Rachiddya era su escuela, y escribe
regularmente a sus hijos describiéndoles sus progresos. Se enorgullecía del
elevado número de lectores del Corán y de doctores en teología, los “cincuenta
médicos que venían de Siria y Egipto”, los ocultistas, cirujanos y
ensalmadores, y especialmente los siete mil estudiantes del todo el mundo islámico.
“Es de la mayor importancia que los estudiantes sean capaces de trabajar con la tranquilidad
de espíritu que da el no tener la angustia de la
pobreza –escribió--. No hay mejor servicio que fomentar la ciencia y la erudición.”
Consecuentemente, no sólo daba grandes cantidades para las casas,
sino también para los estipendios diarios, gastos anuales de ropa, y dinero
para dulces.
Fue a Rachid ed-Din a quien los kanes de Il confiaron la crónica de
la historia oficial de las conquistas mongoles. Fue tan acertada que Uljetu
siguió encargándole otras historias: de los turcos, indios, chinos, judíos y francos,
además de un compendio gramatical. Habían planeado encuadernarlo todo junto en
una historia mundial de un solo tomo, el Jami el Tawarikh, una amplia
enciclopedia histórica, única en la Edad
Media. La administración del reino le ocupaba el día entero,
de manera que debía escribir la
Historia en el tiempo comprendido entre el alba y la plegaria
matutina. Le llevó la mayor parte de su
vida. Aún hoy resulta una lectura fascinante. Especialmente interesante es la Historia de los Francos,
la única obra islámica sobre Europa que se escribió hasta el perído otomano. Algunas
veces las fuentes le llevan a engaño (un texto papal le hizo llegar a la errónea
conclusión de que el papa solía usar la cabeza y la nuca inclinadas del sacro
emperador como estribo para montar sobre su caballo), pero en general es tan
veraz como único, y a la vez está lleno de detalles sorprendentes: por ejemplo,
sabía que en Irlanda no había reptiles venenosos. Como historiador, Rachid era
muy consciente de lo efímero del éxito humano y en su vejez se vio acosado por
la idea de que el trabajo de toda su vida sería olvidado por la posteridad. Tomó
elaboradas medidas para la conservación de sus libros y separó la inmensa
cantidad de sesenta mil dinares para que fuesen copiados y traducidos, y para
los gastos de encuadernación, mapas e ilustraciones “en el mejor papel de Bagdad
y con la caligrafía más bonita y legible”. Pero no sirvió de nada. El enorme
poder y la inmensa riqueza de Rachid sólo podía despertar la envidia entre sus
contemporáneos y, al morir su mecenas Uljetu, los enemigos de Rachid hicieron
lo imposible para asegurarse su destitución. Dos años más tarde, aquel anciano
de setenta y seis años de edad fue llamado a comparecer ante un tribunal que le
acuso de haber envenenado a su señor. Tras un breve juicio, le condenaron a
muerte y pasearon su cabeza por las calles de Tabriz al grito de: Ésta es la
cabeza de un judío que ofendió el nombre de Dios; ¡Que la maldición de dios
caiga sobre él”.
A sus familiares les deshonraron y les confiscaron los estados. Rachiddya fue saqueada e
incendiada. Destruyeron todas las copias que encontraron de su obra. De un brochazo
lo borraron de la historia como a un estalinista caído.
Pero el recuerdo de Rachid ed-Din no se extinguió. Las copias de su
obra traducida sobrevivieron en las bibliotecas de los estados musulmanes
vecinos y, mientras los nombres de sus asesinos han caído en le olvido, la vida
de Rachid se ha conservado como una de las mejores documentadas de su época y,
junto con los Viajes de Polo, su Jami el- Tawarikh actualmente es una de las
fuentes históricas principales el Asia mongol."
William Dalrymple. Tras
los pasos de Marco Polo. Edhasa.