LAS KELIDON, LOS
REVOLUCIONARIOS Y LA BOCA
Cuando yo me
dedicaba, con la boca semiabierta, a contemplar el vuelo de las golondrinas, es
decir, cuando era joven, creía que el mundo progresaba, pero que no avanzaba. Y
resultó que había unas personas en los cafés que se dedicaban a la profesión de
tratar de hacer avanzar al mundo, y éstos eran los revolucionarios. Pero luego
observé que estos revolucionarios pretendían hacer avanzar el mundo a base de destruir lo que a ellos personalmente no les gustaba y de conservar lo que a
ellos les placía, y que otras personas, por el contrario, pretendían conservar
lo que los revolucionarios querían destruir, y destruir lo que los
revolucionarios querían conservar. Me dijeron luego que este tira y afloja
hacía muchísimos siglos que duraba —treinta o cuarenta—, en vista de lo cual
creí pertinente continuar contemplando el vuelo de las golondrinas. Las
golondrinas, que los griegos llamaban «kelidon», fueron cantadas —como las
cigarras— por Anacreonte y los viejos poetas. Luego, en la mitad del camino de
la vida me pareció que el mundo avanzaba, pero que no progresaba en ningún
sentido. Es aquella triste edad en que se descubre que todas las ingeniosidades
mecánicas del hombre no afectan para nada a su naturaleza íntima y que las
pasiones y los instintos del hombre —y sus sombras, las ideas— no cambian
jamás, porque son constantes, fijas. Asimismo se descubre que lo que nos da una
sensación de avance es la labor incesante de destrucción que de una manera
ciega e implacable realiza la Naturaleza. Es la muerte de lo que nos circunda
lo que nos da la ilusión de la vida. Dicen.
Josep Pla.
La huida del tiempo.
Ediciones Destino.